La semilla repite a diario el milagro de la multiplicación del alimento, porque ha recibido dentro de sí el poder de multiplicarse.
Semilla es biodiversidad. Decenas de miles de variedades de semillas son patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad,
Semilla es libertad, de elegir lo que queremos cosechar
Semilla es poder: el de comer según nuestra cultura; el de escoger nuestro propio sistema de producción.
Semilla es solidaridad, porque la podemos compartir con nuestras familia , con el prójimo, con el excluido, con el desplazado, con el hambriento.
Semilla es compromiso, es entrega, es cariño, es enamoramiento, porque así es como cada persona del campo la planta, la cultiva, y la cosecha para su propio beneficio y el de otros consumidores.
Semilla es identidad, es territorio, porque somos lo que comemos, porque la cultura se expresa en el territorio.
Semilla es cultura, porque nos invita a convivirla, a conocerla, a entenderla, a conservarla a enamorarla, a mantenerla para que ella nos mantenga. Sin ella no hay vida, no hay multiplicación, no hay alimento, no hay cultura, no son posibles ni los individuos, ni las familias, ni los pueblos.
La persona que conserva las semillas naturales asciende a un nivel ético, se coloca bajo la mirada de su Dios y de nuestra Diosa madre y bajo la paz de su conciencia; asciende su crecimiento.
La semilla natural es sagrada, no es mercancía, es un don divino otorgado a través de la naturaleza y la cultura. Existe una teología de la semilla, que reconoce en ella el mandato sobrenatural de ser desde la memoria de los tiempos, desde la génesis primaria y divina, como lo reconocen todas las religiones; por lo tanto no puede ser alterada en su íntima esencia
Las semillas naturales no pertenecen al reino de la transgénesis, de la certificación, del patentamiento o privatización de la vida, de los oligopolios de los alimentos, no son modernas; por el contrario su ritmo es milenario.
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